Aceptación

Mindfulness Programa Reducción del Estrés

Durante mis momentos de soledad, en la meditación me regocijo en los espacios de plenitud y silencio. Encuentro estabilidad y una voz confiable que me conforta en un momento de preocupación o tristeza… busco y me encuentro a mí misma como mi mejor amiga y confidente. Esa persona interior y auténtica que no me abandona, me acompaña y me guía… que me quiere como soy sin cambiarme…

Cuando inhalo y exhalo, despacio, atenta a la respiración y con Plena Consciencia, muy rápidamente me centro en mi ser interior, recupero la fé y la confianza en mí, encuentro ese sitio único y privado donde disfruto, donde me puedo redescubrir cada vez, donde soy la persona que soy sin autoengaños ni apegos; ese sitio adonde sólo yo tengo acceso y que me pertenece por derecho propio a ser humana; Creo y construyo esa distancia sana que me protege y aleja todo lo que me maltrata y que me hace daño…

Meditar me da la seguridad y la certeza de que sin importar lo que pase voy a estar bien. Todo va a estar bien.

Al meditar, una vez más me siento libre; encuentro fé en el mundo, en las personas que me rodean; siento tranquilidad en la incertidumbre del futuro… me siento confiada, cuidada, respaldada por el universo…

En ese espacio tan sagrado para mí, soy más comprensiva, más compasiva conmigo y con los que me rodean… los errores ya no son tan importantes, y esa seguridad me sostiene, me lleva al bienestar de saber que mi ser es correcto, es adecuado, que estoy donde debo estar, aquí y ahora, en el momento justo, haciendo lo que tengo que hacer…

Me concentro en mi postura, mi respiración, mis sensaciones corporales, dándole el espacio y la aceptación a todo mi cuerpo…

Sincronizo con mi esencia, con mi frecuencia cardiaca… sale mi verdad a relucir con todos sus colores…Las observo, las veo con el amor y la aceptación de saber que son mías… ya habrá tiempo después de cambiar lo que debe ser cambiado, de pulir lo que debe ser pulido; es un espacio sincero en el que aún sin ser perfecto, me siento cómoda. Feliz conmigo misma. Plena. Imperfectamente aceptable, en paz…

En ese momento, siento que mi búsqueda de seguridad termina. Ya tengo un punto de partida que me sostiene, sin importar qué circunstancia viva, no me voy a dejar caer. Ésta allí soy yo. Simple y transparente. De aquí en adelante todo es aprendizaje.

Puedo comprender que todos a mi alrededor son mis maestros. Ellos me enseñan algunas veces con dolor lo que debo saber para ser mejor; mejor persona, mejor madre, mejor amiga, mejor hermana, mejor pareja, mejor ser humano…Observo. Observo. Sin juzgar, sin clasificar. Sólo trato de aceptar, de sentir, de ver con los ojos bien abiertos y que no se me escape nada…

Me doy cuenta que puedo soltar… sincronizo mis emociones; ¿cómo me siento cuando me enojo? Profundizo y encuentro razones, miedos, inseguridades; y ése es nuevamente mi punto de partida. Busco orden, coherencia, sabiduría…

Cuando me centro en este espacio, discreto y privado, en silencio, a veces no sé qué implica ni para dónde voy, pero sé que ya emprendí un camino. Un camino a conocerme. A entenderme. A traer a la luz mis límites. Mis fortalezas y debilidades; Saber todo lo que hay que me hace única y diferente a los demás. Y cuando logro la coherencia miro a mi interlocutor, empiezo a entenderlo, a conocerlo, a ver su vida desde su perspectiva. A verlo como si fuera la primera vez… sin preconceptos, con una mente libre, limpia, sólo observando lo que tengo al frente de mis ojos y que frecuentemente no veo.

Al meditar, dejo que lo que sea que tengo adentro se manifieste de la manera que quiera a ver adónde me lleva. Y yo voy, con ilusión y curiosidad adentrándome en lo desconocido y a veces en el doloroso de universo de la vida…

Observo la necesidad de perdonar para liberarme de las cargas que me disminuyen, liberarme del juez y la víctima que a veces dominan mi mente…

Y al final, quiero fluir, quiero volar, quiero ser libre y reír con el alma y con el corazón…

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